Actimel®

Llegó a mi vida en medio de una crisis ocular. Había empezado con un herpes en el ojo derecho, y cuando lo creía curado, la visita a una especialista me trajo una conjuntivitis virósica. Desperté con el ojo como nunca lo había visto. Obviamente decía que me había peleado, no hay glamour en una conjuntivitis.

Pero mientras tanto iba hasta el centro especializado, a unas cuadras de mi casa para que me viera una oculista. Ella fue la primera que me dijo la palabra mágica: Actimel®. Hasta ese momento solo había visto las publicidades, sus frascos diminutos y unas tibias menciones de un amigo alérgico que lo tomó durante un tiempo, sin grandes resultados. Tenés las defensas bajas, el Actimel® te ayudará, una declaración de horóscopo o galletita de la suerte.

Compré uno de sus paquetes (si nunca viste uno, vienen de a 6, todos embalados en un plástico con más publicidad), lo dejé en la heladera, con una gran mezcla de desconfianza y esperanza.

Busqué en Internet, que es lo que uno nunca debería hacer, cuando necesita esperanzas en algo. El primer resultado es sobre lo rápido que puede matarte y cómo Danone esconde las pruebas de su líquido asesino. «Sólo lo podés tomar 15 días, con más es la muerte segura».

Aclaro que busqué con DuckDuckGo, que no hace rastreos de nuestras búsquedas, si no podrían pensar que soy un conspiranoico.

Un poco más abajo estaba la desmentida del primer resultado. Claro que no te mataba, miles de estudios médicos aseguraban casi la vida eterna a quienes lo consumían (por si acaso confié y no busqué quién había pagado esos estudios).

La verdad es que, desde ese momento, y una vez que me curé de la conjuntivitis, no volví a enfermarme. Tal es así que empecé a probar las cualidades de mis defensas. Lo primero que hice fue buscar alguna persona que estuviera teniendo alguna enfermedad contagiosa, pero no grave (tampoco boludo).