Persecuciones e ingenuidad
[caption id=“attachment_351” align=“aligncenter” width=“300” caption=“La imagen de Mao Tse Tung y algunos de los libros escondidos”][/caption]
Revisando el altillo de nuestra ex casa de Florida encontramos un montón de libros que, al contrario de los que acostumbraban verse en las innumerables bibliotecas de los cuartos, estaban forrados ocultando sus portadas, sus nombres y los autores. No fue mucha la sorpresa al encontrar en esos libros aquellos que mis padres pensaban que los comprometían durante la última dictadura militar argentina. Casi todos libros publicados en la Unión Soviética o China, de unos pocos autores: Marx, Engels, Mao Tse Tung, Fidel Castro y el Che Guevara.
Uno de esos libros escondidos en las alturas era «Diez días que conmovieron al mundo» de John Reed. La casualidad quiso que en la misma semana de encontrar el ejemplar escondido en el altillo bajo una cubierta de papel de la revista «7 días», lo viera en una librería de la calle Corrientes para que cualquiera pueda adquirirlo, y hoy, queriendo saber el título correcto, veo que está disponible íntegramente en Internet, al alcance de cualquier computadora.
Algunas «reflexiones»:
- No deja de ser interesante que esté disponible al alcance de cualquiera en las computadoras. Hubiera evitado que mucha gente estuviese en peligro por tener libros indebidos si uno hubiera podido buscarlos en el momento en que quería leerlos y después borrar los datos de esa lectura en la computadora.
- Me pregunto por qué mis padres escondieron esos libros, cómo pueden haber creído que ocultarlos iba a salvarlos de algo. Imagino que si hubiéramos tenido la desgracia de que los militares hubieran derribado nuestra puerta, que encontraran esos libros o no, no iba a generar mucha diferencia. Desde mi ignorancia imagino que ocultaba cierta confianza en una justicia que no existía, como si necesitaran pruebas para torturar a una persona.
- Hace 33 años muchas personas de América Latina no dudaban en ocultar sus libros, quemarlos o enterrarlos por lo que ellos podían generar en medio de los regímenes militares de la región. Hoy en día, la gente no duda en subir un montón de información personal y de sus gustos a distintas redes sociales, crea aplicaciones en Facebook en apoyo a Fidel Castro y Cuba, se declara fan de Lenin o Stalin, etc. Y no, para nada quiero decir «cuánto avanzamos» o «qué bien que estamos que ya no tenemos esos miedos». La ingenuidad con la que tratamos nuestra información personal en Internet es casi pasmosa. Intimidante. Y seguro que hay gente que sabe manejarla mejor y no estoy seguro que Facebook sea de la CIA. Pero el consumismo, la educación que nos convirtió en espectadores más que en creadores y el sistema político/económico mayoritario de nuestra sociedad occidental sigue sumergiéndonos en la facilidad de la despreocupación. Es mucho más cómodo ser ingenuo.